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El 23 de diciembre de 1982, Lyudmila Georgievna Karachkina, en el Observatorio Astrofísico de Crimea, descubre un cinturón principal de asteroides al que, en homenaje al cineasta Andrei Tarkovski (1932-1986), pone el nombre de 3345 Tarkovskij.
Tarkovski pensaba que si el cine se podía emparentar con otra forme de arte, no sería con la literatura o el teatro, sino con la poesía. Y así sus planos eran aunténticos viajes poéticos. Planos secuencia de extremada lentitud donde el poema se desgrana y se muestra. Una imagen que más que contar, siente.
En el curso de una sesión de espiritismo, Tarkovski entró en comunicación con Boris Pasternak, y este le dijo que rodaría siete películas. ¿Sólo siete?, preguntó Tarkovski. Sí, pero… buenas, concluyó Pasternak.
Siete largometrajes rodó Tarkovski. Siete Obras maestras. Teorizó sobre el cine y rodó, al hilo de sus reflexiones, con coherencia y rotundidad.
Parece ser que a Tarkovski no le gustaba que su obra fuera calificada de cine poético: “Si pudiera escribir poesía como la de Pasternak no estaría haciendo películas”.
Hablar de Tarkovski es hablar de CINE. No de entretenimiento o industria. De CINE.
Andrei Rubkev se cuenta entre mis películas favoritas.